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Un día en San Ramón

Actualizado: 20 feb 2019


 

Sus calles desordenadas, casas coloridas, otras a medio hacer, bocinas como banda sonora.

Las mañanas comienzan con el gallo afónico de la parroquia de San Ramon, a eso de las cinco y media de la mañana y le siguen las campanas de la iglesia a las seis junto con los cantos de todos los pajaritos. Son mañanas fresquitas y silenciosas a excepción de las motos de tres ruedas (o tuctuc), que trabajan sin descanso haciendo sonar el claxon continuamente.


El desayuno es las siete y media de la mañana, donde nos juntamos todos los que vivimos en la casa. Según terminamos, recogemos, limpiamos y cada uno se va a hacer lo que le corresponde. A esa hora, las ocho y algo, ya cala la humedad de la selva y el sol con su calor se hace notar.

Yo por ahora soy la sombra constante de Nina, una misionera laica polaca, está en todo, y yo voy siguiéndola cual pollito a su mamá (supongo que hasta que conozca más esto, y poco a poco vaya teniendo mi sitio). Nina es la que me ha estado explicando desde el primer día cómo funciona el vicariato, qué es lo que se hace y qué costumbres tiene la gente de San Ramón. Con más jóvenes misioneros como Nina cambiaría el mundo.


Según regresamos de hacer cada uno nuestro trabajo nos volvemos a juntar para la comida. La comida suele ser sobre la una, donde me ha quedado claro que el arroz es plato indispensable. Aunque la sopa sea de arroz, el segundo plato puedes acompañarlo con ese arroz blanco alargado delicioso que ponen boles o cazuelas distribuidas por la mesa. He de decir, que la comida está riquísima, en especial la fruta. Ya he probado tres tipos de plátanos, a cada cual más rico, la piña es una delicia y los jugos de fruta con los que acompañan las comidas están de muerte. Eso sí, me ha extrañado y me costará acostumbrarme, que aquí comen sin agua, siempre toman jugo.


La tarde comienza siempre con un calor pegajoso, pero agradable porque no supera los 30 grados, con un poco de tiempo para descansar y después otra vez, cada uno va a hacer las tareas que le corresponden. Nuevamente nos juntamos para la cena a las siete y media u ocho y compartimos anécdotas del día, hablamos de política, tonterías... De la vida en general.


San Ramón empieza a apagarse paulatinamente. A las once tan sólo se escuchan las motillos, con su continuo sonidito.



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